Cuenta un documento del Archivo de Hondarribia que la primera persona que avistó las tropas francesas, llegando desde el otro lado del Bidasoa, fue Juana de Mugarrieta. Juana era serora de la ermita de Guadalupe, un puesto ocupado habitualmente por mujeres solteras o viudas que se encargaban del cuidado y mantenimiento de las iglesias. Precisamente desde Guadalupe escuchó el ruido de tambores que la alertó y, asomándose a la ventana de su casa, preguntó por la procedencia del sonido a Salvadora de Zabaleta, también serora, que en aquel momento se encontraba en la huerta. Avistaron al ejército francés que se acercaba a la localidad enarbolando banderas blancas.
Conscientes de la gravedad de la situación, decidieron poner a salvo lo que para ellas era más preciado: la imagen de la Virgen de Guadalupe que se encontraba en el interior de la ermita. Cogiendo la escultura en brazos y envolviéndola en una manta, la bajaron hasta la iglesia parroquial, con la ayuda de Catalina de Lavandibar, que se incorporó a la tarea. Allí las recibieron el alcalde, el síndico de la ciudad y el vicario, que salvaguardó la imagen colocándola en un pequeño altar, en el lado del Evangelio, junto al altar mayor.
Durante el tiempo que la villa permaneció sitiada por el ejército francés, sus habitantes acudieron ante la efigie para implorar la protección divina. Por aquel entonces, parecía que la fe podía mover montañas y, de hecho, cuando más de dos meses después el ejército francés se retiró, atribuyeron la victoria a la intervención de la Virgen.
Sin embargo, no fue el único milagro en el que Juana de Mugarrieta participó. Las y los hondarribitarras habían prometido devolver la figura a Guadalupe en cuanto terminara la contienda. Pero la ermita había sido arrasada, no tenía techo y, varios meses después, la imagen permanecía en la parroquia de la calle Mayor. El 20 de marzo de 1639, a las 9 de la noche, las puertas de la iglesia se cerraron, como era habitual. Al día siguiente, cuando Juana acudió a desempeñar sus tareas, se encontró que el pequeño altar donde estaba colocada la imagen se hallaba completamente vacío. Alguien, que había pasado esa misma mañana por las cercanías de Guadalupe, dio la voz: la estatua de la Virgen estaba colocada en su altar de la ermita, sin que, por supuesto, nadie la hubiera llevado hasta allí. Nada más y nada menos que veintidós testigos confirmaron los hechos. Y, para el 4 de abril de ese mismo año, la ermita había sido reparada para acoger en condiciones a la que se consideraba salvadora de Hondarribia.
Cuenta un documento del Archivo de Hondarribia que la primera persona que avistó las tropas francesas, llegando desde el otro lado del Bidasoa, fue Juana de Mugarrieta. Juana era serora de la ermita de Guadalupe, un puesto ocupado habitualmente por mujeres solteras o viudas que se encargaban del cuidado y mantenimiento de las iglesias. Precisamente desde Guadalupe escuchó el ruido de tambores que la alertó y, asomándose a la ventana de su casa, preguntó por la procedencia del sonido a Salvadora de Zabaleta, también serora, que en aquel momento se encontraba en la huerta. Avistaron al ejército francés que se acercaba a la localidad enarbolando banderas blancas.
Conscientes de la gravedad de la situación, decidieron poner a salvo lo que para ellas era más preciado: la imagen de la Virgen de Guadalupe que se encontraba en el interior de la ermita. Cogiendo la escultura en brazos y envolviéndola en una manta, la bajaron hasta la iglesia parroquial, con la ayuda de Catalina de Lavandibar, que se incorporó a la tarea. Allí las recibieron el alcalde, el síndico de la ciudad y el vicario, que salvaguardó la imagen colocándola en un pequeño altar, en el lado del Evangelio, junto al altar mayor.
Durante el tiempo que la villa permaneció sitiada por el ejército francés, sus habitantes acudieron ante la efigie para implorar la protección divina. Por aquel entonces, parecía que la fe podía mover montañas y, de hecho, cuando más de dos meses después el ejército francés se retiró, atribuyeron la victoria a la intervención de la Virgen.
Sin embargo, no fue el único milagro en el que Juana de Mugarrieta participó. Las y los hondarribitarras habían prometido devolver la figura a Guadalupe en cuanto terminara la contienda. Pero la ermita había sido arrasada, no tenía techo y, varios meses después, la imagen permanecía en la parroquia de la calle Mayor. El 20 de marzo de 1639, a las 9 de la noche, las puertas de la iglesia se cerraron, como era habitual. Al día siguiente, cuando Juana acudió a desempeñar sus tareas, se encontró que el pequeño altar donde estaba colocada la imagen se hallaba completamente vacío. Alguien, que había pasado esa misma mañana por las cercanías de Guadalupe, dio la voz: la estatua de la Virgen estaba colocada en su altar de la ermita, sin que, por supuesto, nadie la hubiera llevado hasta allí. Nada más y nada menos que veintidós testigos confirmaron los hechos. Y, para el 4 de abril de ese mismo año, la ermita había sido reparada para acoger en condiciones a la que se consideraba salvadora de Hondarribia.