El oficio de serora es uno de los de mayor tradición y antigüedad, ya que puede rastrearse en Euskal Herria hasta la Edad Media, si bien con distintas denominaciones. Su trabajo consistía en cuidar tanto de la limpieza de las iglesias, ermitas, albergues y hospitales, como de los compromisos que éstas pudieran tener. Normalmente era el concejo o ayuntamiento quien decidía quién ocupaba el cargo, en función de quién ofreciera la mejor dote. A cambio, la serora recibiría durante el resto de su vida una parte del diezmo que los fieles pagaban a la Iglesia o ermita.
Además de limpiar la iglesia, debían cuidar la iluminación y custodiar las joyas y efectos para los oficios; en algunos lugares, también se ocupaban de las campanas y eran muy importantes en los ritos funerarios. Era habitual que, en relación a éstos, llevaran además algún negocio paralelo, como la venta de velas, telas y pañuelos. Las seroras de las ermitas no tenían estos recursos, pero, a cambio, obtenían la posibilidad de una vivienda y la explotación de los terrenos adyacentes, además de recibir limosnas que, en caso de romerías, podían llegar a ser importantes.
Vinculados a la iglesia y sus ritos existían además otros oficios. Cabe recordar que hasta la década de los 70 las mujeres no tenían bancos en las iglesias, pues éstos estaban reservados a los hombres. Las mujeres debían sentarse en la parte de atrás, en sillas que adquirían o alquilaban. El trabajo de desplegar y recoger las sillas y cobrar un alquiler por ellas estaba normalmente reservado a las mujeres. Uno de los pocos documentos de la historia de Irun antes del siglo XX en el que las mujeres aparecen organizadas y reivindicativas tiene este contexto: ante la decisión municipal de elevar el alquiler de las sillas, un centenar de irunesas se dirigen al ayuntamiento para que retire la medida. No es de extrañar que lo consiguieran si pensamos que entre ellas se encontraban las esposas de casi todos los concejales del momento.
El oficio de serora es uno de los de mayor tradición y antigüedad, ya que puede rastrearse en Euskal Herria hasta la Edad Media, si bien con distintas denominaciones. Su trabajo consistía en cuidar tanto de la limpieza de las iglesias, ermitas, albergues y hospitales, como de los compromisos que éstas pudieran tener. Normalmente era el concejo o ayuntamiento quien decidía quién ocupaba el cargo, en función de quién ofreciera la mejor dote. A cambio, la serora recibiría durante el resto de su vida una parte del diezmo que los fieles pagaban a la Iglesia o ermita.
Además de limpiar la iglesia, debían cuidar la iluminación y custodiar las joyas y efectos para los oficios; en algunos lugares, también se ocupaban de las campanas y eran muy importantes en los ritos funerarios. Era habitual que, en relación a éstos, llevaran además algún negocio paralelo, como la venta de velas, telas y pañuelos. Las seroras de las ermitas no tenían estos recursos, pero, a cambio, obtenían la posibilidad de una vivienda y la explotación de los terrenos adyacentes, además de recibir limosnas que, en caso de romerías, podían llegar a ser importantes.
Vinculados a la iglesia y sus ritos existían además otros oficios. Cabe recordar que hasta la década de los 70 las mujeres no tenían bancos en las iglesias, pues éstos estaban reservados a los hombres. Las mujeres debían sentarse en la parte de atrás, en sillas que adquirían o alquilaban. El trabajo de desplegar y recoger las sillas y cobrar un alquiler por ellas estaba normalmente reservado a las mujeres. Uno de los pocos documentos de la historia de Irun antes del siglo XX en el que las mujeres aparecen organizadas y reivindicativas tiene este contexto: ante la decisión municipal de elevar el alquiler de las sillas, un centenar de irunesas se dirigen al ayuntamiento para que retire la medida. No es de extrañar que lo consiguieran si pensamos que entre ellas se encontraban las esposas de casi todos los concejales del momento.