A partir del pleno de abril, la Ciudad se llenó de rumores, amenazas, insultos… En definitiva, de una violencia latente y anunciada. Una tensión que no iría sino en aumento a medida que transcurrían los días. La situación llegó a tal extremo que aquellas mujeres que tenían pensado formar parte del alarde pidieron, una por una, protección al Ayuntamiento. La respuesta de la principal institución de Irun fue que no podía garantizarles su seguridad.
El 30 de junio, muy temprano, mujeres y hombres favorables a la participación de las mujeres se reunieron en la ermita de Ama Xantalen para acordar las líneas de actuación. Se vistieron en el último momento, se colocaron en la esquina de la Plaza Urdanibia con Korrokoitz y esperaron el momento acordado para poder entrar. Cuando la compañía Ama Xantalen pasó ante ellas, una fila de escopeteros paró y se oyeron gritos “Barrura, barrura”. Y entraron.
Cincuenta y siete mujeres y aproximadamente igual número de hombres pusieron el pie en un Alarde que ya nunca volvería a ser el mismo.
Se sucedieron momentos de enorme confusión. A lo largo de la cuesta de San Marcial, las mujeres y los hombres que las apoyaban corrían desperdigadas, atacadas por un público que trataba de impedir su paso, que las agarraba, que se interponía en su camino… “La subida de la calle San Marcial fue un calvario para las escopeteras”, titularía al día siguiente el Diario Vasco.
Con dificultades llegaron a la Plaza de San Juan. Allí fueron rodeadas por un buen número de soldados que, al grito de “que se vayan” les insultaba, les arrojaba gravilla, latas de refrescos… La policía municipal formó a su alrededor un cordón de protección pero seguían llegando compañías y la tensión era insoportable.
Fueron arrastradas y arrinconadas en los arkupes del Ayuntamiento desde donde intentaron entregar al comandante una carta para el General en la que trataban de explicar su posición. Por dos veces se negó el Comandante Beñardo Urtizberea a hacerse cargo de la carta, dilatando la permanencia en la plaza del grupo acordonado y, por tanto, provocando que la tensión siguiera creciendo. Finalmente, fue el Alcalde y la Delegada de Cultura las encargadas de recibir la carta tras personarse en la plaza.
Mientras tanto, las mujeres siguieron siendo objeto de lanzamientos, insultos e intentos por romper el cordón de protección. Cuando finalmente pudieron salir, debieron hacerlo a través de unas escaleras laterales, pues, una vez abandonada la plaza, el público tomó el relevo de la violencia. Cuando acabaron de bajar las escaleras, se dispersaron con la mayor rapidez y fueron cambiando sus ropas sobre la marcha, con el fin de no ser reconocidas.
A partir del pleno de abril, la Ciudad se llenó de rumores, amenazas, insultos… En definitiva, de una violencia latente y anunciada. Una tensión que no iría sino en aumento a medida que transcurrían los días. La situación llegó a tal extremo que aquellas mujeres que tenían pensado formar parte del alarde pidieron, una por una, protección al Ayuntamiento. La respuesta de la principal institución de Irun fue que no podía garantizarles su seguridad.
El 30 de junio, muy temprano, mujeres y hombres favorables a la participación de las mujeres se reunieron en la ermita de Ama Xantalen para acordar las líneas de actuación. Se vistieron en el último momento, se colocaron en la esquina de la Plaza Urdanibia con Korrokoitz y esperaron el momento acordado para poder entrar. Cuando la compañía Ama Xantalen pasó ante ellas, una fila de escopeteros paró y se oyeron gritos “Barrura, barrura”. Y entraron.
Cincuenta y siete mujeres y aproximadamente igual número de hombres pusieron el pie en un Alarde que ya nunca volvería a ser el mismo.
Se sucedieron momentos de enorme confusión. A lo largo de la cuesta de San Marcial, las mujeres y los hombres que las apoyaban corrían desperdigadas, atacadas por un público que trataba de impedir su paso, que las agarraba, que se interponía en su camino… “La subida de la calle San Marcial fue un calvario para las escopeteras”, titularía al día siguiente el Diario Vasco.
Con dificultades llegaron a la Plaza de San Juan. Allí fueron rodeadas por un buen número de soldados que, al grito de “que se vayan” les insultaba, les arrojaba gravilla, latas de refrescos… La policía municipal formó a su alrededor un cordón de protección pero seguían llegando compañías y la tensión era insoportable.
Fueron arrastradas y arrinconadas en los arkupes del Ayuntamiento desde donde intentaron entregar al comandante una carta para el General en la que trataban de explicar su posición. Por dos veces se negó el Comandante Beñardo Urtizberea a hacerse cargo de la carta, dilatando la permanencia en la plaza del grupo acordonado y, por tanto, provocando que la tensión siguiera creciendo. Finalmente, fue el Alcalde y la Delegada de Cultura las encargadas de recibir la carta tras personarse en la plaza.
Mientras tanto, las mujeres siguieron siendo objeto de lanzamientos, insultos e intentos por romper el cordón de protección. Cuando finalmente pudieron salir, debieron hacerlo a través de unas escaleras laterales, pues, una vez abandonada la plaza, el público tomó el relevo de la violencia. Cuando acabaron de bajar las escaleras, se dispersaron con la mayor rapidez y fueron cambiando sus ropas sobre la marcha, con el fin de no ser reconocidas.