El 1 de julio de 1638, las tropas francesas, al mando del príncipe de Condé, cruzaron el Bidasoa y sitiaron el recinto fortificado de Hondarribia. A su paso, habían conquistado las poblaciones de Pasaia, Errenteria, Oiartzun e Irun. Frente a los 20.000 soldados franceses, apostados en las inmediaciones de la villa, había unos 1.100 defensores, a las órdenes de Domingo de Eguía, militar encargado de la defensa de Hondarribia. El capitán de la ciudad y, al mismo tiempo alcalde, era Diego de Butrón. La diferencia cuantitativa de las tropas era evidente y cualquier persona con la capacidad de empuñar un arma era válida para defender la villa. Por si la presencia de los soldados en las inmediaciones no fuera suficiente, arribó a la desembocadura del Bidasoa una poderosa flota al mando del arzobispo de Burdeos.

El ejército francés construyó emplazamientos militares en varios puntos estratégicos para cañonear la ciudad, como fue el caso del puente de Amute, Guadalupe o el castillo de San Telmo, que tomaron al inicio de la contienda. La ciudad quedaba rodeada por distintos destacamentos que comenzaron el asedio. Según narran las crónicas, en los tres meses que duró el sitio, la ciudad recibió 16.000 impactos de armas de fuego y cañones. La población quedaba sometida a un ataque que era consecuencia de las ambiciones de las monarquías que participaban en la contienda: Felipe IV de Habsburgo en el trono español y Luis XIII, de la dinastía Borbón, en el trono francés. En realidad, ambos monarcas habían delegado el gobierno en sus dos validos, el Conde Duque de Olivares y el famoso cardenal Richelieu, respectivamente.

Poco importaba que los monarcas fueran cuñados: Felipe IV se había casado en 1615 con Isabel de Francia, hermana de Luis XIII, mientras que éste se había desposado ese mismo año con Ana de Austria, hermana del monarca español. Las dos futuras reinas habían cruzado el Bidasoa para viajar a su nuevo hogar, en un acontecimiento histórico que pasó a conocerse como “el intercambio de princesas” y que Pedro Pablo Rubens había inmortalizado en un grandioso cuadro que se encuentra en el Museo del Louvre.

Con la llegada de las tropas, se convocó a la población de Hondarribia para que se refugiara intramuros con todo el ganado que pudieran llevar consigo. También se hizo un inventario de la comida que tenía cada familia, con las existencias de pan, vino, carne y bacalao, para después juntarlo todo y ponerlo a disposición de las autoridades para su reparto paulatino. Es posible que las murallas fueran inexpugnables, pero era evidente que había que buscar recursos para garantizar la supervivencia de las y los habitantes refugiados en el interior del recinto fortificado. Menos mal que el agua potable estaba garantizada a través de los pozos excavados en la ciudad…

El 1 de julio de 1638, las tropas francesas, al mando del príncipe de Condé, cruzaron el Bidasoa y sitiaron el recinto fortificado de Hondarribia. A su paso, habían conquistado las poblaciones de Pasaia, Errenteria, Oiartzun e Irun. Frente a los 20.000 soldados franceses, apostados en las inmediaciones de la villa, había unos 1.100 defensores, a las órdenes de Domingo de Eguía, militar encargado de la defensa de Hondarribia. El capitán de la ciudad y, al mismo tiempo alcalde, era Diego de Butrón. La diferencia cuantitativa de las tropas era evidente y cualquier persona con la capacidad de empuñar un arma era válida para defender la villa. Por si la presencia de los soldados en las inmediaciones no fuera suficiente, arribó a la desembocadura del Bidasoa una poderosa flota al mando del arzobispo de Burdeos.

El ejército francés construyó emplazamientos militares en varios puntos estratégicos para cañonear la ciudad, como fue el caso del puente de Amute, Guadalupe o el castillo de San Telmo, que tomaron al inicio de la contienda. La ciudad quedaba rodeada por distintos destacamentos que comenzaron el asedio. Según narran las crónicas, en los tres meses que duró el sitio, la ciudad recibió 16.000 impactos de armas de fuego y cañones. La población quedaba sometida a un ataque que era consecuencia de las ambiciones de las monarquías que participaban en la contienda: Felipe IV de Habsburgo en el trono español y Luis XIII, de la dinastía Borbón, en el trono francés. En realidad, ambos monarcas habían delegado el gobierno en sus dos validos, el Conde Duque de Olivares y el famoso cardenal Richelieu, respectivamente.

Poco importaba que los monarcas fueran cuñados: Felipe IV se había casado en 1615 con Isabel de Francia, hermana de Luis XIII, mientras que éste se había desposado ese mismo año con Ana de Austria, hermana del monarca español. Las dos futuras reinas habían cruzado el Bidasoa para viajar a su nuevo hogar, en un acontecimiento histórico que pasó a conocerse como “el intercambio de princesas” y que Pedro Pablo Rubens había inmortalizado en un grandioso cuadro que se encuentra en el Museo del Louvre.

Con la llegada de las tropas, se convocó a la población de Hondarribia para que se refugiara intramuros con todo el ganado que pudieran llevar consigo. También se hizo un inventario de la comida que tenía cada familia, con las existencias de pan, vino, carne y bacalao, para después juntarlo todo y ponerlo a disposición de las autoridades para su reparto paulatino. Es posible que las murallas fueran inexpugnables, pero era evidente que había que buscar recursos para garantizar la supervivencia de las y los habitantes refugiados en el interior del recinto fortificado. Menos mal que el agua potable estaba garantizada a través de los pozos excavados en la ciudad…

Pinéalo en Pinterest

Comparte esto