Ante vuestros ojos se encuentra la escultura dedicada a la Etxekoandre de Berroa, una réplica en tres dimensiones del cuadro de Vicente Berrueta expuesto en la Sala Capitular del Ayuntamiento. Pese homenajear a la mujer baserritarra, invisibiliza concretamente a esta etxekoandre de la que no sabemos su nombre y, una vez más, toma a las mujeres como un colectivo y no como personas individuales.

Detrás de ella vemos la calle Ama Xantalen, donde las baserritarras dejaban los zuecos manchados de barro y se ponían los zapatos para entrar en la ciudad. Algo más adelante, en el muro de la calle Jesús, las lecheras ataban sus mulas o burros para empezar con el reparto de leche.

Las mujeres han trabajado mucho en el campo, pero su labor quizá destaca por traer a la ciudad la cosecha. Las más conocidas eran las revendedoras, aquellas que vendían las verduras en el mercado, ubicado hasta los años 50 en la en plaza San Juan y después en Mendibil. Cabe recordar, que a día de hoy, cada sábado la plaza de Urdanibia cuenta con un mercado semanal en el que encontramos a las baserritarras de la zona.

El caserío suele ser heredado por un solo hijo o hija, ya que el caserío no puede sustentar a más de una sola familia y así no se divide el patrimonio. Para ello, existe un pacto familiar, que tiene vigencia desde el siglo XV o XVI, por lo que un solo hijo o hija se hace con la casa, con la obligación de cuidar a los padres. «En una mesa y compañía», esta es la expresión que aparece en todos los contratos. Este trato se hace en el momento en que el hijo o hija que se quedará con la casa se casa. En ese momento, los padres ceden todo y el resto de hijos reciben una herencia testimonial. La mujer por tanto, de la familia o no, debe cuidar de las personas ancianas. En la zona del Baztan, además, el tío que se fue a América tenía el derecho de volver al caserío para ser cuidado allí.

A día de hoy en nuestra ciudad, pese a que se invisiblice, hay muchísimos caseríos y mucha vida agrícola. El euskara también ha perdurado en gran medida gracias a los y las baserritarras. Hasta finales siglo XIX en Irun la mayoría de la población conocía el euskara.

Dentro de las baserritarras también están las hilanderas. Una parte de la cosecha la empleaban para hacer lino, un trabajo que era realizado por la mujer y que en algunos lugares daba paso a la profesión de hilanderas.

Ante vuestros ojos se encuentra la escultura dedicada a la Etxekoandre de Berroa, una réplica en tres dimensiones del cuadro de Vicente Berrueta expuesto en la Sala Capitular del Ayuntamiento. Pese homenajear a la mujer baserritarra, invisibiliza concretamente a esta etxekoandre de la que no sabemos su nombre y, una vez más, toma a las mujeres como un colectivo y no como personas individuales.

Detrás de ella vemos la calle Ama Xantalen, donde las baserritarras dejaban los zuecos manchados de barro y se ponían los zapatos para entrar en la ciudad. Algo más adelante, en el muro de la calle Jesús, las lecheras ataban sus mulas o burros para empezar con el reparto de leche.

Las mujeres han trabajado mucho en el campo, pero su labor quizá destaca por traer a la ciudad la cosecha. Las más conocidas eran las revendedoras, aquellas que vendían las verduras en el mercado, ubicado hasta los años 50 en la en plaza San Juan y después en Mendibil. Cabe recordar, que a día de hoy, cada sábado la plaza de Urdanibia cuenta con un mercado semanal en el que encontramos a las baserritarras de la zona.

El caserío suele ser heredado por un solo hijo o hija, ya que el caserío no puede sustentar a más de una sola familia y así no se divide el patrimonio. Para ello, existe un pacto familiar, que tiene vigencia desde el siglo XV o XVI, por lo que un solo hijo o hija se hace con la casa, con la obligación de cuidar a los padres. «En una mesa y compañía», esta es la expresión que aparece en todos los contratos. Este trato se hace en el momento en que el hijo o hija que se quedará con la casa se casa. En ese momento, los padres ceden todo y el resto de hijos reciben una herencia testimonial. La mujer por tanto, de la familia o no, debe cuidar de las personas ancianas. En la zona del Baztan, además, el tío que se fue a América tenía el derecho de volver al caserío para ser cuidado allí.

A día de hoy en nuestra ciudad, pese a que se invisiblice, hay muchísimos caseríos y mucha vida agrícola. El euskara también ha perdurado en gran medida gracias a los y las baserritarras. Hasta finales siglo XIX en Irun la mayoría de la población conocía el euskara.

Dentro de las baserritarras también están las hilanderas. Una parte de la cosecha la empleaban para hacer lino, un trabajo que era realizado por la mujer y que en algunos lugares daba paso a la profesión de hilanderas.

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