Entre las múltiples estrategias que se llevaron a cabo para franquear la impenetrable muralla, las minas fueron una de las más comunes. Los soldados franceses se aproximaban, haciendo trincheras al aire libre, y, una vez cerca de la muralla, excavaban túneles —las llamadas minas—, con los que intentaban alcanzar los cimientos de la construcción para hacerla volar por los aires con grandes cantidades de pólvora. Era un trabajo a cargo de los zapadores, también conocidos como hacheros. También era común que las tropas defensivas realizaran las llamadas contraminas, para interceptar los túneles enemigos e impedir su función.

Uno de los lugares que sufrió ese tipo de ataques fue el espacio entre la iglesia y el castillo, donde el ejército enemigo consiguió realizar una brecha, cuya memoria ha permanecido en el nombre del lugar. A pesar de ello, no consiguieron llegar al interior del recinto fortificado.

Cuando los soldados franceses trabajaban de noche intentando quebrar las defensas, dentro de la villa se ideó el siguiente sistema: se arrojaban antorchas al foso que, durante una media hora, alumbraban las inmediaciones. Así podían vigilarse las acciones de los franceses, quedando en su punto de mira para dispararles. También les lanzaban piedras, bombas y agua caliente, oyendo sus quejidos desde el interior.

El 31 de agosto se avistó la llegada de refuerzos desde Irún y Mendelu, pero estos no pudieron acercarse hasta la ciudad por la tromba de agua que cayó, hasta el punto de que parecía que se hundía el mundo. Afortunadamente, sirvió para llenar los pozos de agua tan necesarios para la supervivencia. Tan solo dos días después, todavía lloviendo sin cesar, las y los habitantes, desesperados, optaron por apelar a la intervención divina, realizando procesiones para pedir ayuda a la Virgen. El 3 de septiembre, el Príncipe de Condé, viendo la precaria situación de Hondarribia, mandó una misiva solicitando su rendición. Su propuesta fue rechazada.

Finalmente, el 7 de septiembre llegaron los ansiados refuerzos. Tras una dura pelea, consiguieron batir al ejército francés que inició su retirada. Las tropas victoriosas entraron por la brecha y fueron recibidas con gran regocijo. Se llevó a cabo un intercambio de prisioneros, con los que se recuperaron ciento cincuenta combatientes. Los soldados de la villa, sobre todo los irlandeses, aprovecharon para quedarse con las pertenencias de los campamentos del ejército derrotado, que había huido a Francia. Atrás quedaban 69 días, 16.000 cañonazos, 467 bombas y siete baterías.

Entre las múltiples estrategias que se llevaron a cabo para franquear la impenetrable muralla, las minas fueron una de las más comunes. Los soldados franceses se aproximaban, haciendo trincheras al aire libre, y, una vez cerca de la muralla, excavaban túneles —las llamadas minas—, con los que intentaban alcanzar los cimientos de la construcción para hacerla volar por los aires con grandes cantidades de pólvora. Era un trabajo a cargo de los zapadores, también conocidos como hacheros. También era común que las tropas defensivas realizaran las llamadas contraminas, para interceptar los túneles enemigos e impedir su función.

Uno de los lugares que sufrió ese tipo de ataques fue el espacio entre la iglesia y el castillo, donde el ejército enemigo consiguió realizar una brecha, cuya memoria ha permanecido en el nombre del lugar. A pesar de ello, no consiguieron llegar al interior del recinto fortificado.

Cuando los soldados franceses trabajaban de noche intentando quebrar las defensas, dentro de la villa se ideó el siguiente sistema: se arrojaban antorchas al foso que, durante una media hora, alumbraban las inmediaciones. Así podían vigilarse las acciones de los franceses, quedando en su punto de mira para dispararles. También les lanzaban piedras, bombas y agua caliente, oyendo sus quejidos desde el interior.

El 31 de agosto se avistó la llegada de refuerzos desde Irún y Mendelu, pero estos no pudieron acercarse hasta la ciudad por la tromba de agua que cayó, hasta el punto de que parecía que se hundía el mundo. Afortunadamente, sirvió para llenar los pozos de agua tan necesarios para la supervivencia. Tan solo dos días después, todavía lloviendo sin cesar, las y los habitantes, desesperados, optaron por apelar a la intervención divina, realizando procesiones para pedir ayuda a la Virgen. El 3 de septiembre, el Príncipe de Condé, viendo la precaria situación de Hondarribia, mandó una misiva solicitando su rendición. Su propuesta fue rechazada.

Finalmente, el 7 de septiembre llegaron los ansiados refuerzos. Tras una dura pelea, consiguieron batir al ejército francés que inició su retirada. Las tropas victoriosas entraron por la brecha y fueron recibidas con gran regocijo. Se llevó a cabo un intercambio de prisioneros, con los que se recuperaron ciento cincuenta combatientes. Los soldados de la villa, sobre todo los irlandeses, aprovecharon para quedarse con las pertenencias de los campamentos del ejército derrotado, que había huido a Francia. Atrás quedaban 69 días, 16.000 cañonazos, 467 bombas y siete baterías.

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