El sitio de Hondarribia duró 69 días. Durante todo el verano, el ejército francés intentó incansablemente abrir una brecha en las murallas que le permitiera acceder al interior del recinto fortificado. La situación para las y los habitantes de la ciudad tuvo que ser terrible, siempre en tensión y en permanente estado de alerta, a la espera de que los cañones volvieran a disparar o las tropas francesas se abalanzaran hacia las murallas.
Existen crónicas históricas pormenorizadas de cómo se desarrollaron los acontecimientos: es el caso de los relatos de Malvezzi, Palafox o Moret. Algunos textos documentales incorporan, incluso, un listado de las personas que participaron en la defensa de la villa: entre los más de 200 nombres consignados, no aparece el de una sola mujer. Sin embargo, se deja claramente constancia de la implicación de las mujeres en la defensa de su ciudad.
También hay textos denominados “relaciones” que, a modo de diario, van relatando pormenorizadamente el desarrollo de los acontecimientos. Gracias a ellos, conocemos cómo se desarrollaron los hechos. El 3 de julio, salieron cien mujeres vestidas de hombre, algunas portando una pica, otras llevando un arcabuz, para pedir a las autoridades que les asignaran un puesto de defensa, que no abandonarían hasta la muerte. Ese mismo día, se hizo un terraplén en la puerta de Santa María, para reforzar su defensa. En esa obra trabajaron las mujeres, sin límite de edad, interviniendo en la fabricación de una fajina, término militar que se refiere a una serie de haces de ramas delgadas con el que se hacían cestos que luego se rellenaban de tierra y reforzaban las defensas. También hay constancia de su dedicación a la labor de mantenimiento de los terraplenes con la madera de las casas derruidas, tarea que realizaban de día y de noche, poniendo su vida en peligro. De todo esto dejaba constancia la carta que el 6 de julio el gobernador enviaba pidiendo ayuda al rey Felipe IV y al Conde Duque de Olivares. En dicha misiva, además de quejarse de la precaria situación de la defensa y de la mala calidad de los víveres recibidos, destacaba la aportación de las mujeres que trabajan a todas horas.
El 13 de julio se recibió un refuerzo de 150 soldados irlandeses, cuya ayuda fue fundamental. Los ataques se sucedían, recibiendo los impactos de los cañones. Se lanzaban bombas que eran, en palabras de la época, “un ingenio terrible y espantoso, que causaba terror al más alentado”. Esas bombas retardadas se disparaban desde morteros que formaban parte de las baterías de campaña que el ejército francés instaló en varios puntos. Una de las más peligrosas tenía sus piezas de artillería enfiladas hacia el Baluarte de la Reina, uno de los puntos que más ataques recibió.
Era tal la precariedad del armamento, que las y los habitantes entregaron a las autoridades todos los objetos de peltre y de plata para fundir los metales y obtener munición. Se sucedían las cartas al rey pidiendo refuerzos y, aunque Felipe IV respondía prometiendo enviar la ayuda requerida, las tropas nunca aparecían, ante la desesperación de la ciudadanía.
El sitio de Hondarribia duró 69 días. Durante todo el verano, el ejército francés intentó incansablemente abrir una brecha en las murallas que le permitiera acceder al interior del recinto fortificado. La situación para las y los habitantes de la ciudad tuvo que ser terrible, siempre en tensión y en permanente estado de alerta, a la espera de que los cañones volvieran a disparar o las tropas francesas se abalanzaran hacia las murallas.
Existen crónicas históricas pormenorizadas de cómo se desarrollaron los acontecimientos: es el caso de los relatos de Malvezzi, Palafox o Moret. Algunos textos documentales incorporan, incluso, un listado de las personas que participaron en la defensa de la villa: entre los más de 200 nombres consignados, no aparece el de una sola mujer. Sin embargo, se deja claramente constancia de la implicación de las mujeres en la defensa de su ciudad.
También hay textos denominados “relaciones” que, a modo de diario, van relatando pormenorizadamente el desarrollo de los acontecimientos. Gracias a ellos, conocemos cómo se desarrollaron los hechos. El 3 de julio, salieron cien mujeres vestidas de hombre, algunas portando una pica, otras llevando un arcabuz, para pedir a las autoridades que les asignaran un puesto de defensa, que no abandonarían hasta la muerte. Ese mismo día, se hizo un terraplén en la puerta de Santa María, para reforzar su defensa. En esa obra trabajaron las mujeres, sin límite de edad, interviniendo en la fabricación de una fajina, término militar que se refiere a una serie de haces de ramas delgadas con el que se hacían cestos que luego se rellenaban de tierra y reforzaban las defensas. También hay constancia de su dedicación a la labor de mantenimiento de los terraplenes con la madera de las casas derruidas, tarea que realizaban de día y de noche, poniendo su vida en peligro. De todo esto dejaba constancia la carta que el 6 de julio el gobernador enviaba pidiendo ayuda al rey Felipe IV y al Conde Duque de Olivares. En dicha misiva, además de quejarse de la precaria situación de la defensa y de la mala calidad de los víveres recibidos, destacaba la aportación de las mujeres que trabajan a todas horas.
El 13 de julio se recibió un refuerzo de 150 soldados irlandeses, cuya ayuda fue fundamental. Los ataques se sucedían, recibiendo los impactos de los cañones. Se lanzaban bombas que eran, en palabras de la época, “un ingenio terrible y espantoso, que causaba terror al más alentado”. Esas bombas retardadas se disparaban desde morteros que formaban parte de las baterías de campaña que el ejército francés instaló en varios puntos. Una de las más peligrosas tenía sus piezas de artillería enfiladas hacia el Baluarte de la Reina, uno de los puntos que más ataques recibió.
Era tal la precariedad del armamento, que las y los habitantes entregaron a las autoridades todos los objetos de peltre y de plata para fundir los metales y obtener munición. Se sucedían las cartas al rey pidiendo refuerzos y, aunque Felipe IV respondía prometiendo enviar la ayuda requerida, las tropas nunca aparecían, ante la desesperación de la ciudadanía.