Durante el verano de 1638, la ciudad de Hondarribia fue sitiada por el ejército francés, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Hay numerosa documentación de la época que habla de lo terrible que llegó a ser la situación para los habitantes que habían quedado aislados intramuros. También conocemos con pelos y señales los nombres de los hombres que participaron en la contienda e, incluso, de los varones que habitaban por aquel entonces en la ciudad. Sin embargo, apenas contamos con información sobre la actividad de las mujeres durante el conflicto.

A pesar de ello, un nombre propio nos llega a través de los siglos: el de Juana de Mugarrieta. El 1 de julio de 1638, Juana estaba en su casa, situada junto a la ermita de Guadalupe, cuando oyó ruido de tambores. Salió a la ventana y preguntó a su compañera, Salvadora de Zabaleta, que estaba en la huerta, si tenía noticia de la procedencia del sonido. Juana y Salvadora eran seroras de la ermita, un puesto ocupado habitualmente por mujeres solteras o viudas que se encargaban del cuidado y mantenimiento de la iglesia. Mirando hacia el este, vieron una gran multitud aproximándose con banderas blancas que inmediatamente reconocieron como soldados franceses. Juana no lo dudó por un segundo: cogió la imagen de la Virgen de Guadalupe en brazos y, junto a Salvadora y con la ayuda de Catalina de Lavandibar, a la que encontraron por el camino, la bajaron hasta la iglesia parroquial. Allí la entregaron al vicario, que salvaguardó la imagen colocándola en el altar mayor. Juana volvió por las coronas de la Virgen y de Jesucristo y las trajo también, poniéndolas a buen recaudo.

En una época en la que la fe lo impregnaba todo, el acto de Juana fue entendido como una heroicidad. No solo eso, sino que la victoria contra los franceses, que se obtuvo el 7 de septiembre, fue atribuida a la Virgen de Guadalupe. No fue el único milagro. Los hondarribitarras se habían comprometido a reintegrar la imagen a su lugar original, una vez acabaran con el ataque. Pero no cumplieron con su promesa, ya que la ermita había quedado destrozada tras la contienda, motivo por el que decidieron mantenerla en la parroquia. Varios meses después, el 21 de marzo de 1639, la escultura desapareció misteriosamente de la iglesia. Aquella noche, como era habitual, habían cerrado las puertas de la iglesia y de las murallas, pero cuando la propia Juana acudió al día siguiente para adornar la imagen, se encontró con que ésta ya no estaba allí. Acudieron prestos los devotos a la ermita de Guadalupe y comprobaron que la Virgen había regresado a su lugar de culto original sin intervención humana. Juana de Mugarrieta y Salvadora de Zabaleta declararon como testigos de los hechos. Se devolvió a la Virgen de nuevo a la parroquia, ya que la ermita no contaba todavía con las condiciones necesarias, pero el 4 de abril la iglesia de Guadalupe ya había sido acondicionada y pudieron devolverla. Este tipo de apariciones y desapariciones marianas, muy comunes en la época, solían ir asociadas a la necesidad de fomentar la fe o a cuestiones de índole económico. La rápida restauración de la ermita, tras meses en estado de ruina, fue el auténtico milagro.

Juana de Mugarrieta, sin embargo, no fue la única protagonista del famoso sitio del año 38. Otras mujeres anónimas también jugaron un importante papel, aunque haya quedado invisibilizado por el paso de la historia. Según narra un libro del Archivo Municipal de Hondarribia “aunque su asedio duró sesenta y nueve días, se defendió con el tesón y entereza que es notorio al mundo, pues con tres brechas habiertas, y solos quinientos hombres, vecinos, y soldados, sanos y heridos, resistió tres asaltos en un día, obrando las Mugeres (por el corto número de varones) más que las antiguas Amazonas”. No es el único testimonio: José Moret, en un texto escrito poco tiempo después del sitio y considerado uno de los escritos de referencia, decía “con qué coraje tan poca porción de gente emprendió con desprecio de la muerte contra numerosas tropas de enemigos el empeño de tolerar un sitio tan lleno de peligros, esforzándole aun las mujeres, y los muchachos”. En otro documento de la época también se recogen testimonios de las mismas características: el día 3 de julio salieron de la ciudad “cien mujeres vestidas de hombre, unas con pica, otras con arcabuz, pidiendo se las señalase puesto, ofreciendo no dejarlo sino con la vida”. En la carta que el rey Felipe IV dirigió a la ciudad, tras la victoria contra el ejército francés, se decía que “hasta las mugeres acudieron a todo lo necesario, gobernándose con tal valor que no se excusaron de las acciones de mayor riesgo”.

Lugar: la iglesia parroquial

La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano es un edificio de gran interés arquitectónico que incluye diferentes estilos artísticos y cuyos principales elementos fueron erigidos en los siglos XV y XVI. Su estilo predominante es el gótico, que se percibe sobre todo en el lateral que mira al norte, con una hermosa portada de arco conopial y una representación del escudo de la ciudad. La parroquia también cuenta con añadidos renacentistas, como el que se corresponde a la entrada principal, y una torre barroca. La zona del ábside se erigió sobre tramos del lienzo de la muralla medieval, hoy en día oculta bajo las edificaciones.

Durante el verano de 1638, la ciudad de Hondarribia fue sitiada por el ejército francés, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Hay numerosa documentación de la época que habla de lo terrible que llegó a ser la situación para los habitantes que habían quedado aislados intramuros. También conocemos con pelos y señales los nombres de los hombres que participaron en la contienda e, incluso, de los varones que habitaban por aquel entonces en la ciudad. Sin embargo, apenas contamos con información sobre la actividad de las mujeres durante el conflicto.

A pesar de ello, un nombre propio nos llega a través de los siglos: el de Juana de Mugarrieta. El 1 de julio de 1638, Juana estaba en su casa, situada junto a la ermita de Guadalupe, cuando oyó ruido de tambores. Salió a la ventana y preguntó a su compañera, Salvadora de Zabaleta, que estaba en la huerta, si tenía noticia de la procedencia del sonido. Juana y Salvadora eran seroras de la ermita, un puesto ocupado habitualmente por mujeres solteras o viudas que se encargaban del cuidado y mantenimiento de la iglesia. Mirando hacia el este, vieron una gran multitud aproximándose con banderas blancas que inmediatamente reconocieron como soldados franceses. Juana no lo dudó por un segundo: cogió la imagen de la Virgen de Guadalupe en brazos y, junto a Salvadora y con la ayuda de Catalina de Lavandibar, a la que encontraron por el camino, la bajaron hasta la iglesia parroquial. Allí la entregaron al vicario, que salvaguardó la imagen colocándola en el altar mayor. Juana volvió por las coronas de la Virgen y de Jesucristo y las trajo también, poniéndolas a buen recaudo.

En una época en la que la fe lo impregnaba todo, el acto de Juana fue entendido como una heroicidad. No solo eso, sino que la victoria contra los franceses, que se obtuvo el 7 de septiembre, fue atribuida a la Virgen de Guadalupe. No fue el único milagro. Los hondarribitarras se habían comprometido a reintegrar la imagen a su lugar original, una vez acabaran con el ataque. Pero no cumplieron con su promesa, ya que la ermita había quedado destrozada tras la contienda, motivo por el que decidieron mantenerla en la parroquia. Varios meses después, el 21 de marzo de 1639, la escultura desapareció misteriosamente de la iglesia. Aquella noche, como era habitual, habían cerrado las puertas de la iglesia y de las murallas, pero cuando la propia Juana acudió al día siguiente para adornar la imagen, se encontró con que ésta ya no estaba allí. Acudieron prestos los devotos a la ermita de Guadalupe y comprobaron que la Virgen había regresado a su lugar de culto original sin intervención humana. Juana de Mugarrieta y Salvadora de Zabaleta declararon como testigos de los hechos. Se devolvió a la Virgen de nuevo a la parroquia, ya que la ermita no contaba todavía con las condiciones necesarias, pero el 4 de abril la iglesia de Guadalupe ya había sido acondicionada y pudieron devolverla. Este tipo de apariciones y desapariciones marianas, muy comunes en la época, solían ir asociadas a la necesidad de fomentar la fe o a cuestiones de índole económico. La rápida restauración de la ermita, tras meses en estado de ruina, fue el auténtico milagro.

Juana de Mugarrieta, sin embargo, no fue la única protagonista del famoso sitio del año 38. Otras mujeres anónimas también jugaron un importante papel, aunque haya quedado invisibilizado por el paso de la historia. Según narra un libro del Archivo Municipal de Hondarribia “aunque su asedio duró sesenta y nueve días, se defendió con el tesón y entereza que es notorio al mundo, pues con tres brechas habiertas, y solos quinientos hombres, vecinos, y soldados, sanos y heridos, resistió tres asaltos en un día, obrando las Mugeres (por el corto número de varones) más que las antiguas Amazonas”. No es el único testimonio: José Moret, en un texto escrito poco tiempo después del sitio y considerado uno de los escritos de referencia, decía “con qué coraje tan poca porción de gente emprendió con desprecio de la muerte contra numerosas tropas de enemigos el empeño de tolerar un sitio tan lleno de peligros, esforzándole aun las mujeres, y los muchachos”. En otro documento de la época también se recogen testimonios de las mismas características: el día 3 de julio salieron de la ciudad “cien mujeres vestidas de hombre, unas con pica, otras con arcabuz, pidiendo se las señalase puesto, ofreciendo no dejarlo sino con la vida”. En la carta que el rey Felipe IV dirigió a la ciudad, tras la victoria contra el ejército francés, se decía que “hasta las mugeres acudieron a todo lo necesario, gobernándose con tal valor que no se excusaron de las acciones de mayor riesgo”.

Lugar: la iglesia parroquial

La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano es un edificio de gran interés arquitectónico que incluye diferentes estilos artísticos y cuyos principales elementos fueron erigidos en los siglos XV y XVI. Su estilo predominante es el gótico, que se percibe sobre todo en el lateral que mira al norte, con una hermosa portada de arco conopial y una representación del escudo de la ciudad. La parroquia también cuenta con añadidos renacentistas, como el que se corresponde a la entrada principal, y una torre barroca. La zona del ábside se erigió sobre tramos del lienzo de la muralla medieval, hoy en día oculta bajo las edificaciones.

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