Detrás de la ermita de Ama Xantalen se encontraba uno de los lavaderos de Irun, de los que en un tiempo – antes de la llegada del agua corriente a los domicilios y de la invención de la lavadora (uno de los adelantos que más liberó a las mujeres – hubo varios en Irun: en Behobia, en San Marcial, en Anaka. Y, aún antes de los lavaderos, se utilizaron todos los ríos y regatas para realizar un trabajo durísimo que, en general, desarrollaban mujeres muy pobres y sin otros medios de subsistencia.
La lavanderas trabajaban para diferentes casas, además de la suya propia, y cobraban por piezas, de cuyo buen estado respondían. Recogían la ropa en el domicilio, la acarreaban hasta el lavadero o la regata y allí la frotaban y aclaraban, a veces con un agua helada que les destrozaba las manos y las llenaba de sabañones, a veces bajo un sol más benigno. Después la dejaban secar al sol, que la blanqueaba. Después, la reintegraban a las casas de sus propietarios, a la espera de que llegara la siguiente criada, la modista (si hacía falta arreglar algo) o la planchadora, en ocasiones una criada de la casa y en otras una criada externa que también desarrollaba una labor físicamente muy dura.
Pero el lavadero era un espacio femenino, como no han dejado de recordar en algunas localidades de nuestro entorno donde el escueto edificio se ha conservado en homenaje a las mujeres. Allí las mujeres, muchas de ellas criadas, se encontraban, socializaban, se contaban los chismes de sus amas o hacían política. Varios pleitos políticos de Irun tienen como escenario alguno de los lavaderos.
Pero, además, este lugar era el camino por el que las mujeres baserritarras de la zona de Meaka llegaban a la Ciudad. Existen testimonios orales que afirman que en un comercio cercano era donde cambiaban su calzado de campo por elegantes zapatos, para no quedarse atrás con respecto a las chicas “del pueblo”.
Detrás de la ermita de Ama Xantalen se encontraba uno de los lavaderos de Irun, de los que en un tiempo – antes de la llegada del agua corriente a los domicilios y de la invención de la lavadora (uno de los adelantos que más liberó a las mujeres – hubo varios en Irun: en Behobia, en San Marcial, en Anaka. Y, aún antes de los lavaderos, se utilizaron todos los ríos y regatas para realizar un trabajo durísimo que, en general, desarrollaban mujeres muy pobres y sin otros medios de subsistencia.
La lavanderas trabajaban para diferentes casas, además de la suya propia, y cobraban por piezas, de cuyo buen estado respondían. Recogían la ropa en el domicilio, la acarreaban hasta el lavadero o la regata y allí la frotaban y aclaraban, a veces con un agua helada que les destrozaba las manos y las llenaba de sabañones, a veces bajo un sol más benigno. Después la dejaban secar al sol, que la blanqueaba. Después, la reintegraban a las casas de sus propietarios, a la espera de que llegara la siguiente criada, la modista (si hacía falta arreglar algo) o la planchadora, en ocasiones una criada de la casa y en otras una criada externa que también desarrollaba una labor físicamente muy dura.
Pero el lavadero era un espacio femenino, como no han dejado de recordar en algunas localidades de nuestro entorno donde el escueto edificio se ha conservado en homenaje a las mujeres. Allí las mujeres, muchas de ellas criadas, se encontraban, socializaban, se contaban los chismes de sus amas o hacían política. Varios pleitos políticos de Irun tienen como escenario alguno de los lavaderos.
Pero, además, este lugar era el camino por el que las mujeres baserritarras de la zona de Meaka llegaban a la Ciudad. Existen testimonios orales que afirman que en un comercio cercano era donde cambiaban su calzado de campo por elegantes zapatos, para no quedarse atrás con respecto a las chicas “del pueblo”.